«UTOPÍA – DISTOPÍA,
UN FUTURO IMPERFECTO»
EXPOSICIÓN COLECTIVA

1ro. de abril – 21 de mayo de 2017

SOBRE LA EXPOSICIÓN

¿Qué podemos esperar, o mejor aún, qué pretendemos del futuro?
Nuestra percepción de la “realidad” se fundamenta en la idea de un continuo espacio-tiempo, de un presente lineal, que nos certifica y confirma que estamos vivos, la acción constante y la reacción inminente de nuestro contexto va construyendo ese anhelado futuro, con la insatisfacción tal vez de no ser el soñado, el idealizado, el utópico futuro que atrás trazamos.
La utopía, ese no lugar donde habita cierta parte de nuestro ser, se mece en una delgada y frágil malla, se balancea sobre un multiverso en el cual caen determinaciones y acciones, elecciones y deseos, y como si fuese una especie de decantadora, del otro lado van surgiendo destinos, destinos convertidos en paraísos perdidos o lamentables infiernos.

La distopía, hermana gemela de la utopía se ríe en nuestras caras, pues no nos damos cuenta que la tenemos justo enfrente, como una suerte de espejo de Alicia, pero esta vez Alicia no lo ve, no lo reconoce, así pues no sabemos nunca de qué lado estamos.

PARTICIPANTES: Alejandra Alarcón / Carlos Villabon / Diana Granados / Floria Gonzalez / Francisco Acosta / Giovanni Randazzo / Jhon James Marín / Jimmy Villegas / Juan Osorio / Morfosis / Paul Walther Guerrero / Pedro Antonio López / Robert Saldarriaga / Ronald Chibuque.

ARTISTAS INVITADOS: Andrés Moreno Hoffmann / Camilo Bojaca / Miler Lagos

TEXTO CURATORIAL

Adrián Ibáñez, curador, 2017.

¿Qué podemos esperar, o mejor aún, qué pretendemos del futuro?
Nuestra percepción de la “realidad” se fundamenta en la idea de un continuo espacio-tiempo, de un presente lineal, que nos certifica y confirma que estamos vivos, la acción constante y la reacción inminente de nuestro contexto va construyendo ese anhelado futuro, con la insatisfacción tal vez de no ser el soñado, el idealizado, el utópico futuro que atrás trazamos.
La utopía, ese no lugar donde habita cierta parte de nuestro ser, se mece en una delgada y frágil malla, se balancea sobre un multiverso en el cual caen determinaciones y acciones, elecciones y deseos, y como si fuese una especie de decantadora, del otro lado van surgiendo destinos, destinos convertidos en paraísos perdidos o lamentables infiernos.

La distopía, hermana gemela de la utopía se ríe en nuestras caras, pues no nos damos cuenta que la tenemos justo enfrente, como una suerte de espejo de Alicia, pero esta vez Alicia no lo ve, no lo reconoce, así pues no sabemos nunca de qué lado estamos.

El “Yo”, el “Ello” y el “Súper Yo”, cohabitan en constante lucha, cada día, cada hora, cada segundo desean regir nuestras vidas, mantener una supremacía y visibilidad, conejos atraviesan nuestra personalidad, saltando de nuestra mente a un prometedor vacío.

Colonias depredadoras consumen recursos, atacan, destrozan, arrasan; máquinas de guerra forjadas en materiales extractados de muy dentro de la tierra, suprimen la epidermis y erosionan así el equilibrio entre humanidad y tierra. Encerrarse es una opción, una elección humana ante la crisis, pero este encierro a veces se convierte en escape inconsciente de sí mismo, entre cortinas de humo habitamos nuestra cotidianidad, generamos una imagen difusa en nuestra mente de lo que consideramos “realidad”, realidades tan disímiles y variables como cantidad de personas hay en el mundo. ¿Y si queremos desvirtuarla? ¿O tan simple como no querer habitarla? No querer permanecer en nuestros cuerpos, nuestras realidades, nuestras pequeñas luchas.
Un cielo magenta cubre nuestras cabezas, premonitorio del fin, tal vez ese anhelado meteorito hoy se llegue y un nuevo comienzo sea posible, una nueva vida, una nueva realidad, con sus hijos esplendidos, sus miradas profundas, la luz bañando sus trajes impolutos y el aire denso rozando sus cascos. ¡Sí, un mundo perfecto!

Levantar la mano y tocar el cielo, desde tiempo inmemoriales lo hemos querido, tal vez como metáfora de lo que se nos escapa o como ideal utópico de un fin máximo y sublime de la vida. Anhelamos, soñamos y nos construimos en sueños como dioses volando y al igual que Ícaro en llamas del cielo caemos.
Multitudes que nos rodean e intentamos enfocarnos en un rostro pero máscaras es lo único que logramos ver, individuos, humanoides sin rostros, rasgos difusos que hablan de tiempos pasados, recuerdos que no logramos conectar y descifrar, prestidigitaciones que llenan nuestras cabezas de imágenes apocalípticas e inundan nuestros sueños y nuestras vidas, ciudades abandonadas, rascacielos cubiertos ahora por una vegetación inquieta que elude cualquier rastro de humanidad, venados corren libres por plazas y avenidas.
Una mirada siempre atenta colecciona trazos de esa sociedad etérea, se mezclan futuro y pasado en cada trazo; los pliegues del espacio-tiempo son tan finos que por segundos logramos visualizar futuros distópicos en los que no reconocemos nuestras acartonadas caras, fantasmagorías de nuestro propio ser aturden nuestra realidad, anulan nuestra identidad de la cual solo quedan códigos y números que nos aseguran quienes somos.
“Y así ellos cada día salían en búsqueda de esas extrañas trazas verdes, esos inquietantes organismos que crecían sin parar entre las hendijas de lo que siglos atrás fue la casa de sus padres…”

 

 

INAUGURACIÓN

Levantar la mano y tocar el cielo, desde tiempo inmemoriales lo hemos querido, tal vez como metáfora de lo que se nos escapa o como ideal utópico de un fin máximo y sublime de la vida. Anhelamos, soñamos y nos construimos en sueños como dioses volando y al igual que Ícaro en llamas del cielo caemos.
Multitudes que nos rodean e intentamos enfocarnos en un rostro pero máscaras es lo único que logramos ver, individuos, humanoides sin rostros, rasgos difusos que hablan de tiempos pasados, recuerdos que no logramos conectar y descifrar, prestidigitaciones que llenan nuestras cabezas de imágenes apocalípticas e inundan nuestros sueños y nuestras vidas, ciudades abandonadas, rascacielos cubiertos ahora por una vegetación inquieta que elude cualquier rastro de humanidad, venados corren libres por plazas y avenidas.